viernes, 24 de septiembre de 2010

Veinte años de Chris Peterson

Me acabo de enterar por César Ayala de que ayer 23 de septiembre la ultramítica serie Búscate la vida cumplió veinte años. Para todos los que la vimos en su momento y nos convertimos en sus fans incondicionales esta es sin duda una fecha para marcar en el calendario.

Hace ya tiempo enlacé un magnífico artículo de Viruete y aporté todo lo que pude de mi propia cosecha, e incluso puse el mitiquérrimo capítulo de Vomitón; como esta serie me deja sin palabras solo puedo enlazar y extractar el artículo en el que me he enterado del cumpleaños. Sé que muchas de las expresiones os parecerán exageradas, y de hecho lo son... si hablamos de la primera temporada; la segunda... bueno, la segunda es GRANDE entre las grandes, y es el estándar en el que se miran todas las series absurdas que han venido después.
Su hacedor y máximo exponente fue el actor, cómico y guionista Chris Elliott, que elaboró esta paródica ‘sitcom’ junto a su amigo y compañero en el ‘Late Night with David Letterman’ Adam Resnick. Juntos unieron sus fuerzas a David Mirkin, también guionista y a la postre productor de ‘Los Simpson’, para lograr colarle una enloquecida idea la Fox a principios de los 90. Una auténtica excentricidad que nace del divertimento puro y sin límites, una serie que tenía en su argumento su mejor descripción para el delirio: un hombre algo inepto y entrañable que vive con sus padres y se gana la vida de ‘paperboy’, el repartidor de periódicos del barrio, montado en su bicicleta y habiendo alcanzado la cúspide laboral al convertirse el jefe de tres chavales de diez años que están a su cargo. Chris Peterson vive en Greenville ajeno a su condición de ‘white trash’ junto a unos progenitores que siempre van en pijama y bata, Fred y Gladys (...), sin importarle realmente que todos piensen que es un pringado insensato. (...)

Esta nueva etapa [la segunda temporada] resulta ser de una libertad insultante, donde la locura alcanza sus cotas de máxima entelequia en el delirio y la aberración extrema del disparate, con una inmunidad ante las normas televisivas que no se han vuelto a ver desde entonces. La locura y el absurdo fueron creciendo en un progreso sin dilación hacia un fascinante histerismo en el que absolutamente todo era válido. (...)

La serie de Elliott rehusaba al mensaje, a la moralina, destrozando consigo los condicionamientos básicos del guión televisivo y pasándose los cánones y las normas elitistas que delinean cada trama de las ‘sitcoms’ por el forro, ridiculizando el didactismo con una maravillosa e irrepetible ilógica que traicionó como nunca (para jolgorio del fan) la cordura y la realidad en un frenético y entusiasta atentado contra el sentido común.

Aquélla extravagancia alterada, adalid de la chorrada sin venir a cuento, las frases míticas, las situaciones improbables, los ‘gags’ gloriosos, la constante insinuación y homenaje al SCI-FI de muchos de sus títulos (‘Repartidor 2000’, ‘Neptuno 2000’, ‘La acampada del 2000’, ‘Cronosync 2000’, ‘Novia 2000’) invoca momentos indescriptibles, por el humor, la diversión, el sedimento que aferra imágenes y párrafos a la memoria colectiva de aquel icono que admiraba a los fétidos y rudos obreros de la construcción, se hizo amigo íntimo de un alienígena desagradable y violento llamado V.O.M.I.T.ÓN., que trabajó como gigoló de una vieja bañada en perfume, de modelo de la agencia ‘El guapo’ para triunfar bajo el apodo de ‘Chispas’ o como inspector de sanidad que se deja sobornar por cinco pavos y luego inculpar a toda una mafia. Siempre echaremos de menos a ese iluso bobalicón que fue ‘vouyeaur’ acosador y acosado, actor teatral del espectáculo musical ‘Zoo sobre ruedas’ y viajó en el tiempo para evitar lo inevitable o acometió una aventura existencial en busca de unos supuestos padres dentro de una comunidad ‘amish’. Peterson, el mismo que visitó la gran ciudad y perdió la cartera para convertirse en un héroe, capaz de enfrentarse a unos gamberros macarras a los que intenta llevar por el buen camino o mantener una relación de amor romántica de matrimonio que empieza y acaba, descrita con su tópica problemática, en veinte minutos. Durante aquellos célebres treinta y cinco episodios, Chris tan pronto luchaba contra un novedoso repartidor de periódicos robotizado, se carteaba con una peligrosa reclusa que iba a visitarle, como se fabricaba un submarino doméstico en la bañera familiar o estaba a punto de perecer intoxicado junto a Borden por residuos nucleares para descubrir, uno, que era un diestro ‘speller’ a la hora de deletrear palabras y, otro, un portento para los origamis.

Mientras escuchamos la canción favorita de Chris Peterson, propongo que cada uno ponga en comentarios su frase favorita de la serie. La mía es "¡Nos está enseñando a amar!" (dicha a Gus mientras Vomitón trata de matarlo a palos), seguida de cerca por "Soy una jirafa, soy una jirafa, tengo el cuello largo porque soy una jirafa" (una de las geniales canciones del musical Animales de zoo sobre ruedas).


Alley cat - Brent Fabric

1 comentario:

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